José Tomás

La terrible cornada de José Tomás, todavía caliente en la memoria, ha causado tal impacto en muchas personas que es probable que en su vuelta el "mito" haya escalado varios puestos. Dios está toreando, dirán algunos.
Y es cierto que el misticismo de Tomás habrá aquirido entonces una magnitud de mucho calibre. Nadie en su sano juicio entiende que ya esté recuperándose, que hoy quiera ver el partido del Atleti contra el Liverpool o que en su cabeza merodee en este momento la idea de la vuelta a los ruedos en un tiempo inminente.
Esta tarde, escuchaba en el coche una entrevista a la mujer de uno de los alpinistas compañeros del fallecido Tolo Calafat. Al terminar, Julia Otero le ha preguntado si su marido dejaría el montañismo. "No, es su pasión y seguro que cuando esté en España planificará su siguiente ascensión", decía la mujer con gran naturalidad y, por supuesto, ante el pasmo de la periodista.
Hay personas que no entienden que existen individuos con pasiones siderales, pasiones que bordean la razón e incluso la sobrepasan; son toreros, deportistas, etc, que bucean en sus propios miedos y son capaces de maniatarlos, dominarlos, sentirse superiores a la naturaleza, en resumen.
Vencer el miedo, como lo hace José Tomás o los alpinistas del Himalaya, está al alcance pocos mortales. Esos pocos tienen un aura de inmortalidad, de seres venerados por el pueblo. Por eso, cuando José Tomás regrese a las plazas, los públicos gritarán un profundo olé, que, según dicen, viene de Alá. No lo sé, pero para mí que este grito tiene algo que ver con Dios y con la admiración infinita a una persona que rebasa la razón para convertirse en un héroe. La pena es que Tolo Calafat no pueda volver a España para que le tributemos una ovación en los medios. En el cielo lo harán por nosotros. Descanse en paz.