Blog que repasa la actualidad taurina de Almería, Andalucia y España. La opinión crítica e independiente sobre el mundo de los toros. Por Alberto Gutiérrez.

3 de junio de 2009

Públicos


Al público taurino siempre se le ha llamado "el respetable". Lo que el público o la afición juzga de lo sucedido en el ruedo es sagrado, soberano y, a veces, sí, es injusto. Y los toreros, habitualmente, han respetado sus decisiones, pitos, broncas e incluso almohadillazos sin que nadie osara enfrentarse a cualquiera de los espectadores sentados en sus localidades. Ha habido casos de diestros que sí lo han hecho, pero son los menos.

Hablo hoy de esto, por lo que cuenta Pacopi en el blog de Pepe Pastor acerca de la sonrisa burlona de El Cid hacia el público de Madrid la otra tarde. El torero de Salteras, que tanto debe a Las Ventas, pecó de soberbia y arrogancia, después de una feria en la que decir que ha naufragado se nos antoja muy benevolente. Ha cosechado un fracaso estrepitoso que, en condiciones normales, le dejaría sin torear todo el año. Aunque ya sabemos que las ferias se confeccionan en diciembre.

Pero no sólo quiero hablar de El Cid. Otro mito como el tenista Rafael Nadal, un ejemplo de deportista con una hoja de servicios intachable y un comportamiento modélico, dijo el otro día, curiosamente tras perder en Roland Garros, "que el público parisino nunca ha tenido un detalle conmigo". Eso no se puede decir. Nunca. Aunque sea verdad. El público es soberano y será de esta o de otra manera, pero cargar las tintas contra él me parece una excusa de mal perdedor. Y no creo que él lo sea. Por cierto que su tío Toni Nadal echó más leña al fuego diciendo cosas peores del público de París. Muy mal, familia Nadal.

Con esto quería llegar a toreros cuya relación con los públicos ha sido siempre impecable. El primero que me viene a la cabeza es Enrique Ponce. No soy un entusiasta de su toreo, pero me quito el sombrero ante su elegancia y humildad, con su entereza ante situaciones controvertidas, como ambientes hostiles en Madrid. Jamás ha hablado mal del público o al menos nunca le he escuchado una mala palabra de los aficionados madrileños. Eso le honra y yo lo valoro. Del mismo modo que tengo en cuenta su silencio tras las palabras de José Tomás, quien lo acusó en una tele mexicana de no arrimarse mucho al toro -que no vamos a negar, claro-. Pues él se quedó callado, miró a otro lado y quedó como un tío elegante que está por encima de estas cosas. Tiene, claro, la cabeza mejor amueblada del toreo y por eso lleva veinte años ¡se dice pronto! mandando en la Fiesta. Ojalá a todos los chavales de las escuelas les enseñen que el público es soberano y que nunca deben enfrentarse a él. Es una señal de inteligencia.

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