No soy economista, esa profesión que durante la bonanza ha permanecido en la trastienda de la actualidad, porque nadie tenía a quién echarle las culpas de su excelente suerte, de su inmenso patrimonio, de su galopante ascenso en la jerarquía de la vanidad. No soy economista, de hecho soy un profano, y aquí lanzo una humilde teoría que seguramente es errónea. Pero es la mía.
La economía no sólo es cíclica, sino también circular, como todos sabemos. Y se alimenta de confianza. Si ésta se ve amenazada, la gente se contagia de tal forma que comienza a circular el runrun -tan taurino- de que todo puede ir mal o peor. La visceralidad está demasiado arraigada en nuestro espíritu.
Durante estos días nos hemos enterado de que a Jiménez Losantos lo van a bajar del carrusel de la radio. Para callarlo. Para amordazarlo. Para lo que sea. En términos de libertad de expresión es un abuso y un golpe bajo a la democracia. En términos económicos podría ser un desahogo. Es decir, "conviene" que los medios comiencen a transmitir confianza a la gente. Y no creo que sea descabellado pensar que una de las razones que han ejercido quienes han presionado a la Cope sea precisamente ésta. O sea, "ahora conviene insuflar optimismo" al pueblo. Puede parecer excesivo, pero ¿por qué no?
Por otra parte, existen claramente dos crisis. Una real, dura y trágica, y otra psicológica, que deberíamos tratar de otra forma distinta. No quiero decir que se trate cortando las alas a los periodistas, pero me da la impresión de que es un factor que se está teniendo en cuenta desde lasa altas esferas y centros de poder. Ya no preocupa tanto que las masas se rebelen por el aborto, la educación, etc., sino que toquen la billetera del sistema.
Y digo lo de la crisis psicológica, porque hay muchas personas que, aún ganando el mismo dinero que antes y teniendo un sueldo fijo, no salen con la misma frecuencia a cenar, ni compran la misma ropa que antes. Lo que equivale a decir que si el dueño de la tienda vende menos, tendrá que echar a empleados, al igual que las empresas textiles, que también tendrán que despedir gente, y estas empresas a su vez tendrán proveedores que hagan lo mismo, de modo que el círculo llegue finalmente a esa persona que ha dejado de comprar -hablamos de millones de personas- a pesar de poder hacerlo, y que ahora se podrá ver amenazada por el despido de su trabajo. No es ni más ni menos que lo que ya contaba Leopoldo Abadía: la economía es circular. Terriblemente circular.
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