Artículo publicado en El Mundo Almería el pasado viernes 5 de septiembre.
FIASCO
La feria taurina de Almería ha sido un fiasco ganadero y un despropósito en todos los niveles, salvo en el económico, a pesar de las dificultades coyunturales dichosas. Ha sido “objetivamente mala”, que diría ZP, y el empresario Óscar Chopera es, claro, el principal responsable de que los aficionados hayan sufrido el sopor de la mansedumbre, la perniciosa invalidez y la fundada sospecha de que las astas de muchas reses no fueron tan íntegras como dicta y vigila el Reglamento. Las preguntas son inmediatas: ¿cuántos pitones se han enviado a analizar?, ¿quién defiende a la afición?, ¿a quién protege la autoridad?
La fiesta, tal y como la entendemos quienes la amamos y respetamos profundamente, no puede ser un temporal de mansedumbre, una sinfonía de invalidez, un fenicio intercambio de cromos o una falaz tomadura de pelo como lo fue la repetición del hierro de José Luís Marca tras el desastre de 2007, la participación del encierro de Daniel Ruiz o la inclusión del diestro salmantino Eduardo Gallo porque, lisa y llanamente, lo lleva la empresa. Por no hablar de Finito de Córdoba, el sempiterno telonero de las ferias de España.
Más grave aún es la pérdida paulatina de elementos esenciales de la corrida de toros, como el tercio de varas, convertido en un trámite en donde se aplican levísimos picotazos para que el animal llegue justo de fuerzas a la muleta. Pues no, a los toros hay que picarlos. Y si no pasan el riguroso examen de las varas, que se lidien otros. Por una sencilla razón: debemos pensar a largo plazo, puesto que si ya en las plazas se obvia este trance del festejo, los ganaderos terminarán criando reses que sólo valgan para la franela. Y el caballo es el gran termómetro de la bravura, el que permite que una ganadería dure toda la vida, en lugar de unos añitos en los que el ganaduro de turno se pavonea por las plazas españolas porque las figuras lidian sus animales. Hasta que se amansen completamente y caigan en el olvido, como les ha pasado a los Gabriel Rojas, Herederos de Manuel Álvarez, Luis Algarra, etc., etc…
Me preocupa mucho la disminución de aficionados en la plaza. Hay grandes entendidos, pero muy silenciosos, y muchos espectadores, que aplauden todo, lo bueno, lo malo y lo regular. Están en su derecho, pues para eso pagan su entrada, pero sería fantástico que aunaran el entusiasmo con una visión más crítica de la tauromaquia. Y es que el apasionado de una materia se entrega, pero a la vez es exigente con lo que ve. Naturalmente. Vivimos, sin embargo, en una época en la que todo ha de ser fácil, rápido, superfluo y hasta perecedero. El arte no puede convertirse en un folletín de dudosas emociones, orejas colaterales, toros alicaídos y públicos enardecidos por un pase circular, una manoletina o un martinete, elevados hoy a categoría de toreo fundamental.
La feria de Almería merece una revisión completa. Es cierto que el año pasado disfrutamos de un gran ciclo, pero también lo es que arrastrábamos varias temporadas parecidas a la de 2008. La plaza almeriense es la más rentable de cuantas Chopera regenta entre España y Francia, pero no la mejor atendida por el empresario vasco. Y eso tiene que cambiar ya.
La fiesta, tal y como la entendemos quienes la amamos y respetamos profundamente, no puede ser un temporal de mansedumbre, una sinfonía de invalidez, un fenicio intercambio de cromos o una falaz tomadura de pelo como lo fue la repetición del hierro de José Luís Marca tras el desastre de 2007, la participación del encierro de Daniel Ruiz o la inclusión del diestro salmantino Eduardo Gallo porque, lisa y llanamente, lo lleva la empresa. Por no hablar de Finito de Córdoba, el sempiterno telonero de las ferias de España.
Más grave aún es la pérdida paulatina de elementos esenciales de la corrida de toros, como el tercio de varas, convertido en un trámite en donde se aplican levísimos picotazos para que el animal llegue justo de fuerzas a la muleta. Pues no, a los toros hay que picarlos. Y si no pasan el riguroso examen de las varas, que se lidien otros. Por una sencilla razón: debemos pensar a largo plazo, puesto que si ya en las plazas se obvia este trance del festejo, los ganaderos terminarán criando reses que sólo valgan para la franela. Y el caballo es el gran termómetro de la bravura, el que permite que una ganadería dure toda la vida, en lugar de unos añitos en los que el ganaduro de turno se pavonea por las plazas españolas porque las figuras lidian sus animales. Hasta que se amansen completamente y caigan en el olvido, como les ha pasado a los Gabriel Rojas, Herederos de Manuel Álvarez, Luis Algarra, etc., etc…
Me preocupa mucho la disminución de aficionados en la plaza. Hay grandes entendidos, pero muy silenciosos, y muchos espectadores, que aplauden todo, lo bueno, lo malo y lo regular. Están en su derecho, pues para eso pagan su entrada, pero sería fantástico que aunaran el entusiasmo con una visión más crítica de la tauromaquia. Y es que el apasionado de una materia se entrega, pero a la vez es exigente con lo que ve. Naturalmente. Vivimos, sin embargo, en una época en la que todo ha de ser fácil, rápido, superfluo y hasta perecedero. El arte no puede convertirse en un folletín de dudosas emociones, orejas colaterales, toros alicaídos y públicos enardecidos por un pase circular, una manoletina o un martinete, elevados hoy a categoría de toreo fundamental.
La feria de Almería merece una revisión completa. Es cierto que el año pasado disfrutamos de un gran ciclo, pero también lo es que arrastrábamos varias temporadas parecidas a la de 2008. La plaza almeriense es la más rentable de cuantas Chopera regenta entre España y Francia, pero no la mejor atendida por el empresario vasco. Y eso tiene que cambiar ya.
ALBERTO GUTIÉRREZ DELGADO
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