Hoy he visto Demolition Man, una peli del año 93 protagonizada por Silvester Stallone y Sandra Bullock. Se desarrolla en el año 2030, más o menos, y el guión ya os lo podéis imaginar: indios contra vaqueros, buenos contra malos, pero en el futuro...
Llevamos años viendo largometrajes de mejor o peor factura, en la mayoría de los cuales un tipo cuadrado y muy listo –del siglo XX- debe salvar al mundo de una guerra total, del ataque de los alienígenas o de un devastador meteorito que caerá sobre la Tierra.
Todas estas cintas, cuajadas a lo largo de las últimas décadas en Hollywood, suelen coincidir, casi siempre, en algo muy llamativo: en los escenarios futuristas los progresos van aparejados de una falta absoluta de libertad de los individuos.
En Demolition Man, el control de las personas desemboca en situaciones ridículas, como el impedimento del uso de palabras malsonantes, bajo pena de multa, o incluso de la practica del sexo ante el peligro de intercambiar “fluidos contaminantes”. Tampoco se pueden besar, ni con lengua ni sin lengua.
Esto, que nos puede parecer una coña, es el futuro que visiona la gente del cine. No sólo los de Demolition Man. Ahí están La Isla, Farenheit 451, Regreso al futuro II y tantas otras. El denominador común es el control de los ciudadanos hasta el paroxismo.
Tendemos a pensar que el futuro será un lugar en el que los avances tecnológicos sean extraordinarios y lo cierto es que los años nos va dando la razón. Sin embargo, también creemos –asumimos- que en esos tiempos no muy lejanos un gran hermano conocerá cualquiera de nuestros movimientos. De tal modo, parece, viviremos más seguros y, por tanto, más felices.
Está claro que Demolition Man, que no deja de ser una película de VHS más, tiene un punto de ironía que resulta muy saludable. Ejerce una crítica a todo lo que estoy contando y lo hace en el año 93, mucho antes de que unos terroristas islamistas mataran a tres mil personas en Nueva York, punto de partida del control mundial de las personas.
Antes del 11 de septiembre de 2001 los directores de cine ya pronosticaron un futuro de libertades recortadas. Era algo asumido –hoy ni siquiera se discute-, tal vez porque los propios cineastas sospechaban que la forma de vida en el siglo XXI sería determinada exclusivamente por la seguridad. Si el XX fue el siglo de las libertades, el XXI será el de la seguridad. Ya lo estamos viviendo.
De hecho, los gobiernos, incluyamos los supuestamente progresistas -¿no eran éstos partidarios de la libertad?- están llevando a cabo políticas absolutamente coercitivas y limitadoras del movimiento de los ciudadanos. Abogan por nuestro bien y he aquí el principal error de nuestra sociedad occidental: un tercero –gobernante- ordena el bien de la comunidad. En Occidente siempre hemos pretendido que lo nuestro sea lo mejor, política que nos ha llevado a cometer gravísimas equivocaciones en numerosas partes del mundo.
En los últimos años las prohibiciones se han multiplicado de una forma escandalosa, y situaciones como la crisis económica mundial han sido otro punto de partida para acentuar el asfixiante control. El 11-S y la consabida crisis marcan, ineludiblemente, el destino de la sociedad de esta centuria cuya primera década toca a su fin.
En definitiva, hemos acabado por resignarnos. Nadie alza la voz, nadie protesta. Es más, se jalea y anima a quienes proponen medidas prohibicionistas. No sé si el cine alimentó esta resignación, adelantándonos que el futuro debía ser así, que nosotros debíamos ser controlados si queríamos ser felices y vivir seguros. Tal vez el cine quiso ser sarcástico, pero pocas personas entendieron la crítica soterrada y lo instalaron en su subconsciente como un hecho más que consumado.
Ahora existen muchos mecanismos de control. El mundo de la tecnología nos tiene tan hipnotizados que eso de la libertad nos suena a un cuento chino de los años sesenta. Si queremos que el mundo sea distinto al que nos pintan las pelis tendremos que hacer algo más que votar a un tal Barak Obama. Mal asunto cuando mañana nuestra única capacidad de elección sea la de designar a nuestros gobernantes. Elegir. Este es el verbo que el futuro acabará devorando si no lo impedimos.
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1 comentario:
Siempre ha sido así amigo ,(vano consuelo desde luego).Lo que ha cambiado y está cambiando son los medios empleados,cada vez más canallas y poderosos,para convertirnos a todos en carne de matadero.
De ahí puede que proceda algo de la fobia hacia los toros, un animal y un asunto que choca frontalmente con sus proyectos de aborregamiento colectivo.
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