Morante de la Puebla ha estado pletórico esta tarde en Las Ventas. La inspiración, las musas, sabe Dios qué, han bajado hasta la arena de Madrid para quedarse durante unos minutos y obrar el milagro del toreo, la grandeza de un arte inmarchitable y eterno que aflora en una verónica o en una media, en un kikirikí o en un muletazo en redondo y con la cintura "partía" de este diestro en cuyas muñecas y yemas de los dedos se asienta toda una tauromaquia acaso perdida de un tiempo para acá.
Morante ha cuajado una faena de capote como hacía años no se contemplaba en Madrid ni en cualquier otro lugar del planeta de los toros. Varias verónicas con la pierna alante, la barbilla encajada en el pecho y las manos muy bajas han hecho crujir las Ventas, pero también muchos hogares en donde los olés han brotado con una fuerza sideral. Porque Morante, a diferencia de los demás espadas del escalafón, interpreta el toreo con la capa tal cual mandan los cánones. En Morante no hay vulgaridad, sino gracia, donaire y hondura.
No todas las verónicas le salieron limpias, pues hubo enganchones, pero, como decía Paula, en la televisión no se ve el Espíritu Santo. Hoy es uno de esos días en los que uno hubiera hecho lo imposible por estar en Madrid para disfrutar de una jornada inolvidable. Pero incluso no estando presente el Espíritu Santo en miles de casas, estoy convencido de que muchos aficionados abonados al Plus han vibrado -como yo- con la verdadera esencia del toreo, manifestada, también, en las primeras series en redondo ante ese cuarto ejemplar que apagó muy pronto sus embestidas.
La corrida se fundamentó en Morante, dado el lamentable juego de las reses de Juan Pedro Domecq: pura casquería. Derrengados, chicos, nulos para el toreo, no embestían, sino saltaban, no humillaban, sino que deambulaban. A los comentaristas les ha entusiasmado el sexto del festejo por su nobleza y movilidad. A mí no tanto. Iba y venía, pero con cierta sosería, lo que no exculpa a Rubén Pinar, que practica el toreo posmoderno, esto es, el destoreo.
Manzanares lo ha intentado y suya ha sido tal vez la mejor chicuelina de la corrida, con las manos muy bajas. Sus enemigos carecieron de todo lo que debe tener un toro de lidia y el alicantino sólo ha podido espolvorear algunos muletazos. Hasta que la ruina ganadera, como digo, le ha dejado.
La tarde del 21 de mayo de 2009 seguramente quedará marcada en la historia de la tauromaquia como el día en que Morante paró los relojes -ahora habrá que decir las redes sociales o los blogs- y se vació tanto, tanto, que hasta sus lágrimas cayeron a la arena de Las Ventas, como recuerdo del paso de un torero genial, de un torero de época. Morante ha renacido.
1 comentario:
Si señor.¡Amen!
querido Alberto
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