He visto los tres últimos toros de la corrida de hoy en San Isidro. Antes, según leo, no había pasado nada o casi nada. Los astados flojitos, los toreros desdibujados y el público frío. Dicen Molés, Muñoz y Antoñete que Las Ventas ha regateado los olés a los espadas. Puede ser. Pero ellos, me refiero a la terna de hoy en Madrid, también han regateado la torería que, como el valor, se les supone. Excepto El Cid que, por momentos, ha recordado al excepcional diestro de años atrás. Perera tampoco ha tenido su tarde y El Juli ha desperdiciado un animal muy noble y con buen son. Los toros de Núñez del Cuvillo, con un trapío justito, han desplegado un juego aceptable. Al menos cuarto y quinto.
Titulaba que la mujer del César tiene que parecerlo, no sólo serlo, al hilo de la actuación de El Juli, de quien muchos exaltarán sus virtudes como lidiador y torero largo, poderoso y capaz. Le puede mucho a los toros, es cierto, pero el dominio no puede tapar nunca la vulgaridad con que maneja los engaños. Y esa vulgaridad se hace patente al esconder la pierna de salida y meter el pico de la muleta en cada pase. Madrid, la afición seria y cabal, no lo permite, claro. Y yo sí creo que ha estado muy bien con este animal, pero es un pecado mortal no pisar los terrenos en donde se enciende el carbón, en donde los olés se arrancan tras el milagro de la tauromaquia más honda. Debería saberlo, él que es precisamente de Madrid.
El Cid ha tenido en la palma de la mano el triunfo, frente a un toro jabonero encastado y con un punto de violencia al final de los pases. Mejor por la izquierda que por la derecha, el sevillano le ha enjaretado varias series al natural muy ligadas, aunque ha dado la sensación de que El Cid estaba aperreado, sin fuelle, y desplazando la franela con demasiada rapidez. En otra época, le hubiera formado un lío desde el principio hasta el final. Con la espada, una catástrofe.
Cerraba la tarde Perera, cuya última comparecencia en esta plaza tuvo lugar el año pasado en su encerrona. Definitivamente, no ha sido su día. El sexto no ha ofrecido mucho juego, pero el extremeño ha pecado de encimista y efectista. Curiosamente, Madrid también se está contagiando de la moda de vitorear el toreo accesorio en lugar del fundamental. Pronto veremos ovacionar un molinete como si fuera un natural de José Tomás.
Apunto, finalmente, la extraña suerte de varas que se practica en todas las plazas, incluida Madrid. Se perpetran puyazos traserísimos por sistema, cuando es obvio que eso le perjudica a los toros. Pero las figuras insisten. ¿Es que no quieren que sus toros embistan por derecho y no se caigan?
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1 comentario:
Y que razón llevas. Enhorabuena por este artículo. pienso lo mismo que tu
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