Resulta difícil hacer una crítica en frío tras una tarde en la que un torero, el mejor de la temporada, ha matado cinco toros, sufrido dos cornadas y cortado tres orejas. Vaya por delante mis respetos y mi admiración al valor sereno de Miguel Ángel Perera, quien ahora mismo está siendo operado de una fuerte cornada que alcanza la cavidad abdominal.
Sin embargo, el análisis del festejo debe detenerse en otros elementos, tales como la lidia, el toreo, los distintos tercios, etc.
Perera, a mi juicio, ha estado valiente, a veces demasiado, pero no a la altura a la que nos tenía acostumbrados durante este año, y no me refiero al nivel de adrenalina sino al nivel artístico. Ha dejado varios naturales inmensos y un buen y ligado toreo con la derecha en algunos instantes. Pero poco más. Muy al hilo del pitón, sin pisar el acelerador, le ha pesado mucho la tarde.
Y aquí lanzo otra idea: pocos toreros son interesantes para verlos frente a seis toros. Creo que el único que tenía variedad, repertorio y frescura para ello fue Joselito. El 2 de mayo del 96 pasó a la historia de la tauromaquia como una de las tardes más gloriosas de Las Ventas. En los últimos años, que yo recuerde, no podemos contar ninguna tarde parecida. Y lo de Perera, en mi opinión, ha sido lo que ha sido por las dos cornadas y por la conmoción del público.
Otra cosa, el tercio de varas ya no se respeta ni en Madrid. No sé por qué el 7 no protesta cuando se dan picotazos en el segundo encuentro. No lo entiendo.
Me alegro por Perera, porque es un pedazo de torero, y espero que se recupere lo antes posible. Es necesario para la Fiesta.
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