Muchos ya sabéis que mi madre es pintora. Bueno, os cuento que el próximo día 30 de octubre inaugura exposición de pintura en el Museo Taurino de Roquetas de Mar, situado en la Plaza de Toros de esta localidad almeriense. La muestra es taurina, claro, y para mí es un lujo, a la vez que un guiño, que pinte cuadros de esta temática. Adjunto un texto que he escrito para el catálogo, cuya portada pondré en un próximo post (aún no ha salido de la imprenta).
Los toros como referencia y compromiso
Mi madre, Maritina, vuelve a los toros, como el poeta Rafael Alberti (“Vuelvo a los toros por ti, Luis Miguel, yo Rafael”) para lidiar el encastado encierro del público, de la crítica, de la incertidumbre, mientras el humo de los habanos barrunta una tarde de emociones, precedida de otras muchas tardes, de largas noches abrochadas al candil de una verónica y al farol de un natural.
Decía el gran maestro Domingo Ortega que torear es llevar a llevar al toro por donde no quiere ir. La pintura, en mi opinión, viene a ser algo parecido, pues el artista, inspirado y creador, ha de sobreponerse a la realidad, dura y cotidiana de sus propios temores y anhelos, y gobernar el lienzo mandando sobre el pincel, en un ejercicio de lidia absoluta.
La pintura de mi madre no la juzgaré yo -del todo-, pero sí diré que sus lienzos taurinos están barnizados por eL dominio absoluto de las suertes, como Joselito “El Gallo”, y por el poder que otorga el conocimiento del color y las texturas y, en este caso, de su querencia hacia la fiesta de los toros. De ahí que los cuadros de esta exposición sean como las faenas de los mejores toreros: poderosas y preñadas de arte.
Pero, más allá de esta lidia completa y honesta de los óleos, mi madre viaja por otros senderos, no exentos de guijarros. Me refiero a la defensa de la tauromaquia en estos tiempos de ridículos complejos y falsas modernidades. No, ella sale al camino y testifica su amor a la fiesta, su adhesión sin mácula al toreo clásico, a las cinco en punto de la tarde, que escribió García Lorca, amigo del alma del llorado Ignacio Sánchez Mejías.
El toreo y la pintura se unen, así, para constatar una realidad y plantearnos un asunto de no poca importancia: la unificación de las bellas artes. ¿Puede un arte vivir ajeno a las demás artes? Lo dudo. Si el cine se abriga de literatura, si la música hunde sus notas en las catedrales góticas, ¿cómo nos va a resultar extraño que la tauromaquia encienda la llama de la fotografía, la arquitectura, la escultura, la danza, el cine o la propia pintura? Ya lo dijo Lorca: gozamos la fiesta más culta del mundo.
La apuesta por los toros y la pintura desde el Ayuntamiento de Roquetas es una invitación a la pervivencia, no ya de la tauromaquia, sino, de algún modo, de la propia pintura, pues, quien, desde las altas esferas trata de cercenar el espectáculo taurino, también introduce elementos discordantes y coercitivos hacia el arte de Velázquez y de otras materias como la música, la fotografía, el cine…
Esta exposición, en fin, es muy especial para mí, como hijo y como crítico taurino. Mi madre se ha lanzado al ruedo, desde la genialidad y pureza de su pintura, para acercarnos una visión distinta y singular del tercio de varas o del paseíllo. Lo ha hecho bajo el prisma de lo abstracto, tan lejano a la pasamanería habitual de la temática taurina, y con el trasfondo del respeto y el afecto a la fiesta brava, que dicen los mexicanos. Ahora sólo falta que la afición diga ¡olé! y ella se vaya a los medios a recoger la ovación. Suerte, vista y al cuadro, maestra.
Mi madre, Maritina, vuelve a los toros, como el poeta Rafael Alberti (“Vuelvo a los toros por ti, Luis Miguel, yo Rafael”) para lidiar el encastado encierro del público, de la crítica, de la incertidumbre, mientras el humo de los habanos barrunta una tarde de emociones, precedida de otras muchas tardes, de largas noches abrochadas al candil de una verónica y al farol de un natural.
Decía el gran maestro Domingo Ortega que torear es llevar a llevar al toro por donde no quiere ir. La pintura, en mi opinión, viene a ser algo parecido, pues el artista, inspirado y creador, ha de sobreponerse a la realidad, dura y cotidiana de sus propios temores y anhelos, y gobernar el lienzo mandando sobre el pincel, en un ejercicio de lidia absoluta.
La pintura de mi madre no la juzgaré yo -del todo-, pero sí diré que sus lienzos taurinos están barnizados por eL dominio absoluto de las suertes, como Joselito “El Gallo”, y por el poder que otorga el conocimiento del color y las texturas y, en este caso, de su querencia hacia la fiesta de los toros. De ahí que los cuadros de esta exposición sean como las faenas de los mejores toreros: poderosas y preñadas de arte.
Pero, más allá de esta lidia completa y honesta de los óleos, mi madre viaja por otros senderos, no exentos de guijarros. Me refiero a la defensa de la tauromaquia en estos tiempos de ridículos complejos y falsas modernidades. No, ella sale al camino y testifica su amor a la fiesta, su adhesión sin mácula al toreo clásico, a las cinco en punto de la tarde, que escribió García Lorca, amigo del alma del llorado Ignacio Sánchez Mejías.
El toreo y la pintura se unen, así, para constatar una realidad y plantearnos un asunto de no poca importancia: la unificación de las bellas artes. ¿Puede un arte vivir ajeno a las demás artes? Lo dudo. Si el cine se abriga de literatura, si la música hunde sus notas en las catedrales góticas, ¿cómo nos va a resultar extraño que la tauromaquia encienda la llama de la fotografía, la arquitectura, la escultura, la danza, el cine o la propia pintura? Ya lo dijo Lorca: gozamos la fiesta más culta del mundo.
La apuesta por los toros y la pintura desde el Ayuntamiento de Roquetas es una invitación a la pervivencia, no ya de la tauromaquia, sino, de algún modo, de la propia pintura, pues, quien, desde las altas esferas trata de cercenar el espectáculo taurino, también introduce elementos discordantes y coercitivos hacia el arte de Velázquez y de otras materias como la música, la fotografía, el cine…
Esta exposición, en fin, es muy especial para mí, como hijo y como crítico taurino. Mi madre se ha lanzado al ruedo, desde la genialidad y pureza de su pintura, para acercarnos una visión distinta y singular del tercio de varas o del paseíllo. Lo ha hecho bajo el prisma de lo abstracto, tan lejano a la pasamanería habitual de la temática taurina, y con el trasfondo del respeto y el afecto a la fiesta brava, que dicen los mexicanos. Ahora sólo falta que la afición diga ¡olé! y ella se vaya a los medios a recoger la ovación. Suerte, vista y al cuadro, maestra.
Alberto Gutiérrez Delgado
3 comentarios:
Allí nos veremos Albertito. Saludos
Albertito?, que confianza veo en el Blog.....
Me he emocionado un montón.
Dale a tu madre un besote enorme de mi parte y dile que Patri y yo estamos deseando escaparnos de nuevo para admirar sus bellísimas faenas.
Un abrazo,
VdH.
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