Como algunos ya sabéis, los viernes escribo en El Mundo Almería un artículo de opinión. Este es el de hoy. Pasad un buen fin de semana.
Ché Guevara
En los Colegios Mayores de Madrid su imagen melancólica inmortalizada por Alberto Korda relampaguea en las viejas paredes de algunas habitaciones, mientras sus últimas palabras todavía resuenan como el murmullo de un riachuelo: “va usted a matar a un hombre, serénese y apunte bien”. El sargento Terán dispararía varias ráfagas de fuego sobre el corazón del guerrillero y en ese instante, en aquel paraje perdido de Bolivia, murió Ernesto Guevara y nació el mito del hombre que en vida no descansaría hasta que los pobres y oprimidos tuvieran pan y justicia, libertad y educación tras la larga noche de los quinientos años; retórica que el subcomandante Marcos regaló años más tarde a Manu Chao para una de sus canciones protesta.
El actor puertorriqueño Benicio del Toro ha sacado al Ché Guevara de las trincheras de la revolución con una película que al propio médico argentino le produciría sueño a los diez minutos. “Patria o muerte”, el lema que todavía golpea a los conductores desde las cunetas de las carreteras cubanas –o algo así-, reproduce en esta cinta dirigida por Steven Soderbergh la ideología de un personaje cuyo arrojo hizo germinar otras guerrillas por países subdesarrollados que ni siquiera pidieron sus servicios, ni siquiera tenían ánimo para el combate. Por eso, acabó tarifado de avisperos como el del Congo.
Al Ché Guevara, la literatura, la música y los abajofirmantes lo han tratado con la benevolencia de la distancia y le han cantado sus heroicas campañas en las selvas y en el altiplano, pero pocos han incidido en que su empleo consistía en matar a sus semejantes. Se fue a hacer mundo, con el desafío al hombro, para aplacar injusticias y derribar dictaduras, al tiempo que en La Habana un tipo arrogante y despiadado comenzaba a apuntalar uno de los más indignos y reprobables sistemas dictatoriales que haya conocido el mundo.
El Ché Guevara fue un controvertido luchador, un incansable guerrillero con rasgos de bondad al que hoy se aferran los terroristas de medio planeta, acaso para adormilar sus defectuosas conciencias después de asesinar a pobres personas inocentes. No sé si el lugarteniente de Castro se dejaría adular hoy por los fabricantes del terror, pero sus discípulos latinoamericanos, algunos de ellos gobernantes, han apoyado a los terroristas –Farc, Eta, Ira, etc.-, porque los consideran el reemplazo de revolucionarios que, como el comandante y luego ministro de Industria de la isla caribeña, tienen una ideología cimentada en el zumbido de las balas y la metralla de las bombas.
Unos dicen que el Ché fue un auténtico revolucionario, otros que un terrorista radical. Revolucionario o terrorista, pertenece a una Historia que no quiere perpetuar guerrillas ni enarbolar banderas ni levantar mitos, más allá de una camiseta roja con la foto de Korda y la mirada eternamente posada en los dormitorios de los universitarios.
Pudo ser el espejo y el modelo de una época reciente, pero el Ché Guevara ya sólo forma parte del pasado que unos pocos quieren rescatar para aliviar las pústulas del alma y dar sentido al sinsentido de la muerte. Hoy, las revoluciones se inician en la calle, en las cantinas, en el confesionario pagano de Internet. La foto de Korda va tomando un dulce color sepia…
El actor puertorriqueño Benicio del Toro ha sacado al Ché Guevara de las trincheras de la revolución con una película que al propio médico argentino le produciría sueño a los diez minutos. “Patria o muerte”, el lema que todavía golpea a los conductores desde las cunetas de las carreteras cubanas –o algo así-, reproduce en esta cinta dirigida por Steven Soderbergh la ideología de un personaje cuyo arrojo hizo germinar otras guerrillas por países subdesarrollados que ni siquiera pidieron sus servicios, ni siquiera tenían ánimo para el combate. Por eso, acabó tarifado de avisperos como el del Congo.
Al Ché Guevara, la literatura, la música y los abajofirmantes lo han tratado con la benevolencia de la distancia y le han cantado sus heroicas campañas en las selvas y en el altiplano, pero pocos han incidido en que su empleo consistía en matar a sus semejantes. Se fue a hacer mundo, con el desafío al hombro, para aplacar injusticias y derribar dictaduras, al tiempo que en La Habana un tipo arrogante y despiadado comenzaba a apuntalar uno de los más indignos y reprobables sistemas dictatoriales que haya conocido el mundo.
El Ché Guevara fue un controvertido luchador, un incansable guerrillero con rasgos de bondad al que hoy se aferran los terroristas de medio planeta, acaso para adormilar sus defectuosas conciencias después de asesinar a pobres personas inocentes. No sé si el lugarteniente de Castro se dejaría adular hoy por los fabricantes del terror, pero sus discípulos latinoamericanos, algunos de ellos gobernantes, han apoyado a los terroristas –Farc, Eta, Ira, etc.-, porque los consideran el reemplazo de revolucionarios que, como el comandante y luego ministro de Industria de la isla caribeña, tienen una ideología cimentada en el zumbido de las balas y la metralla de las bombas.
Unos dicen que el Ché fue un auténtico revolucionario, otros que un terrorista radical. Revolucionario o terrorista, pertenece a una Historia que no quiere perpetuar guerrillas ni enarbolar banderas ni levantar mitos, más allá de una camiseta roja con la foto de Korda y la mirada eternamente posada en los dormitorios de los universitarios.
Pudo ser el espejo y el modelo de una época reciente, pero el Ché Guevara ya sólo forma parte del pasado que unos pocos quieren rescatar para aliviar las pústulas del alma y dar sentido al sinsentido de la muerte. Hoy, las revoluciones se inician en la calle, en las cantinas, en el confesionario pagano de Internet. La foto de Korda va tomando un dulce color sepia…
No hay comentarios:
Publicar un comentario