Hasta esta tarde no me he podido poner a escribir sobre la tarde de ayer en Granada. Ya lo siento. Pero recuerdo el cartel: 6 ¿toros? de Núñez del Cuvillo para Javier Conde, José Tomás y Daniel Luque. 7 orejas, tres rabos, una vuelta al ruedo y un indulto. Los taurinos del callejón se comían a besos al término de la corrida. Natural. Y el público de Granada, que no la afición, me dejó completamente estupefacto. Evidentemente, los públicos cada vez se desentienden más de la lidia, no prestan interés al toro y, por supuesto, desconocen las reglas básicas de la tauromaquia: parar, templar, mandar y cargar la suerte. No sucede sólo en Granada, sino en la mayoría de los cosos, poblados de espectadores que ovacionan lo accesorio, en lugar de lo fundamental, que ningunean la suerte de varas, que tributan aplausos a lo más ridículo, etc...
Hablaré de lo fundamental, porque esto fue lo que realizó José Tomás ayer. El madrileño había toreado con supina vulgaridad a su primer astado -al hilo del pitón, rectifcando terrenos-, pero con el quinto se desquitó y nos recordó al Tomás de finales de los noventa, que cuajaba faenas en un palmo de terreno, adelantando la muleta, metiéndose en el terreno del toro, embarcando las embestidas y vaciándolas al final de la cadera. No todas las tandas le salieron limpias ni ajustadas, pero hubo momentos mágicos, llenos de nostalgia, al menos para mí, que tanto añoro al Tomás del 97, 98 y 99. Ligaba las series en redondo, también los naturales, todo ello en los medios, citaba a la res de lejos y preñaba de emoción cada instante de la lidia. José Tomás había vuelto por sus fueros, para reivindicarse, aunque esté lejos de Madrid o de Sevilla, adonde debe ir si quiere conservar la vitola de primera figura del toreo. En Granada, ayer, los admiradores del José Tomás verdadero -no el mediático, torpón y temerario de los últimos años- vivimos una jornada memorable. Con todo, en mi tendido, a pesar de que la gente aplaudía, nadie se levantaba después de cada serie -excepto yo- cuando era de rigor hacerlo, gritarle "eres el mejor" y todo eso. No, el público que había a mi alrededor sólo se levantó en las dos faenas pueblerinas y livianas de Daniel Luque, dominador y gendarme del toreo accesorio.
Últimamente, los toreros emplean según qué artimañas para levantar a los espectadores de sus asientos, mediante molinetes, circulares invertidos o pases encimistas al final de las faenas. Esto es lo que hizo Luque, quien no interpretó un sólo natural como mandan los cánones, ni siquiera un muletazo con la derecha. Codillero y, por tanto, muy corto en su toreo, accedió a las dos orejas y rabos por esos chispazos de valentía que levantaron a la gente de sus asientos. Y no seré yo quien le reste el mérito y la gallardía, pero eso, amigo Luque, hay que hacerlo después de desplegar el toreo fundamental. Lo accesorio sirve para adornar una faena, no para cimentarla, aunque los públicos actuales se emocionen con ello. Es una pena.
De Conde recordaremos un traje azabache horrible -a qué pocos toreros le queda bien el azabache- y poco más. Dio sus consabidos pasos de baile y hubo quien se lo tomó a guasa.
Por supuesto, los "nuñezdelcuvillo" casi ni pasaron por el caballo. La suerte de varas desaparecerá no porque lo pidan los políticos, sino por culpa de los taurinos. Y en cuanto al juego y la presencia, pese a lo que se ha dicho y escrito en algunos medios de comunicación, mi opinión es clarísima: pobres de cara, anovillados y flojos. La vuelta al ruedo al toro de Tomás fue una coña marinera y lo del indulto un insulto a la inteligencia. Fue una corrida noble y en ocasiones bobalicona, sin un mal gesto, de las que aprecian las figuras.
El presidente, por su parte, se dedicó a sacar pañuelos sin ton ni son. Ese hombre debería dejar el palco ya, porque su incompetencia es manifiesta.
Pero, como decía, lo de José Tomás valió la pena. Hasta ahora, me quedo con lo de Morante y Esplá en Madrid y con lo de ayer en Granada. Las tres faenas que me han levantado del asiento. Eso es el toreo. Es grandeza.
Alberto Gutiérrez
Las fotos son de mi hermano, Javier Gutiérrez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario